La libreta se había transformado para ella en un objeto mágico, un almacén de oscuras pasiones y deseos soterrados. El azar la había conducido hasta ella, pero ahora que era suya, la veía como un instrumento del destino.
Aquella primera noche estudió las anotaciones y no encontró ningún nombre que le resultase conocido. Pensó que aquel era el punto de partida perfecto. Emprendería el viaje en la oscuridad, sin saber absolutamente nada, y hablaría una por una con todas las personas que aparecían en la libreta. Averiguando quiénes eran empezaría a aprender algo acerca del hombre que la había perdido. Sería un retrato en ausencia, un perfil trazado alrededor de un espacio vacío, y poco a poco del fondo iría surgiendo una figura, formada por todo lo que no era. Esperaba llegar a encontrarle finalmente de esa manera, pero aunque así no fuese, el esfuerzo llevaría consigo su propia recompensa. Quería animar a las personas para que se abriesen a ella cuando las viera, para que le contasen sus historias de encantamiento, lujuria y enamoramiento, para que confiasen sus secretos más ocultos. Ansiaba trabajar en esas entrevistas durante meses, tal vez incluso años. Habría miles de fotografías que tomar, cientos de declaraciones que transcribir, un universo entero que explorar. O eso pensaba. La suerte quiso que el proyecto descarrilase después de un solo día
Y dijo la libélula...
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