Y dijo la libélula...

miércoles, 25 de marzo de 2020

La muerte del comendador - Haruki Murakami

"Una soleada mañana de finales de mayo,coloqué todo mi material de pintura en el estudio del dueño de la casa y me enfrenté al blanco impoluto de un lienzo por primera vez desde hacía mucho tiempo.
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Para mí era una atmósfera nueva, un lugar donde se intensificaban mis ganas de ponerme a pintar de nuevo. El estímulo era tal que sentía como un dolor sordo, y, además, disponía de un tiempo casi ilimitado.
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Sin embargo fui incapaz de pintar nada. Me quedaba plantado frente al lienzo en blanco durante horas y horas contemplándolo y no se me ocurría no la más mínima idea que pudiera empezar a plasmar allí. No sabía por dónde empezar, no encontraba del hilo del que tirar. Simplemente estaba allí, en aquel espacio vacío y sin decorar, como un escritor que se ha quedado sin palabras, como un músico que ha perdido su instrumento.
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Sin embargo, en ese momento seguía sin encontrar el punto de partida. Por muchas ganas que tuviera de pintar, por mucho que sintiera un cosquilleo en el pecho, era imprescindible algo concreto para poder comenzar"