Esas noches, los corazones atrapados se acercaban a los muros de sus cajas para escuchar las canciones que llenaban el aire. Y suspiraban. Y palpitaban. Y, durante unas horas, olvidaban su encierro.
La reina evitó siempre tocar la caja del corazón hambriento, pues el simple roce de la mano sobre la superficie de madera producía el mismo efecto sobre su corazón ciego que colocar la mano sobre un altavoz vibrante de música.
Toda su magia, toda su maldad, jamas pudo silenciar la música que brotaba de aquella caja. la caja que encerraba el corazón hambriento
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