Las largas tardes que pasaba consultando diccionarios y tesauros explicaban construcciones que eran incongruentes pero de un modo inquietante: las monedas que un maleante escondía en sus bolsillos eran "esotéricas", un matón sorprendido en el acto de robar un automóvil lloraba "con indecorosa autoexculpación"; la heroína a lomos de un semental pura sangre hacia un viaje "somero" en plena noche, la frente arrugada del rey era un "jeroglífico" de su desagrado. Briony era exhortada a leer sus narraciones en voz alta en la biblioteca, y a sus padres y a su hermana mayor les asombrara oír a la apacible niña leyendo con tanto aplomo, haciendo grandes gestos con el brazo libre, arqueando las cejas al hacer las voces, y levantando la vista de la página durante varios segundos a medida que leía , con el fin de mirar una tras otras las caras de todos y exigir sin el menor empacho la atención total de su familia mientras vertía su sortilegio narrativo.
Aunque no hubiese contado con la atención, el aplauso y el placer evidente de sus familiares, habría sido imposible impedir que Briony escribiera. En cualquier caso, estaba descubriendo, como muchos escritores antes que ella, que no todo reconocimiento es útil
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