Y dijo la libélula...

martes, 3 de enero de 2012

La razón del mal - Rafael Argullol

Tenía grabada en el oído la voz suave del anciano. Quería retenerla. De pronto constató que quería retenerla como un sedante que le confortaba extrañamente. Le cautivaba el timbre de aquella voz que, desde su absoluta fragilidad, parecía contrarrestar los sonidos tenebrosos que la rodeaban. No sabía cuál era la razón de aquel poder aunque, súbitamente, imaginó una posibilidad: aquel hombre, por las circunstancias que fueran, permanecía fiel a un lugar central contra el que nada podían hacer las fuerzas circundantes. No se oponía a tales fuerzas. Sencillamente, anclado en su centro, dejaba que se aniquilasen entre sí.

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