Crecer echaba a perder muchas cosas. Arruinó el juego que inventaban cuando no tenían en casa comida para alimentarse. Los días que se terminaba el dinero y faltaban los alimentos, Katie y sus dos hijos simulaban ser exploradores en busca del Polo Norte y decían que los había sorprendido un huracán en una cueva, con pocos víveres. Tenían que hacerlos durar hasta que llegase ayuda. Katie dividía lo que encontraba en el aparador en raciones, y cuando, después de comer, los niños se quedaban con hambre, decía:
—Valor, compañeros, pronto nos llegará auxilio.
Cuando llegaba dinero y Katie compraba comida, les llevaba una torta a la que plantaba una bandera de un centavo, y les decía:
—Hemos triunfado, compañeros. Estamos en el Polo Norte.
Después de uno de aquellos días de auxilio, Francie preguntó a su madre:
—Cuando los exploradores pasan hambre y sufren penurias es por alguna razón. Algo grandioso resulta de sus sacrificios. ¡Descubren el Polo Norte! Pero ¿qué hazaña resulta del hambre que nosotros sufrimos?
Katie la miró con súbita expresión de lasitud. Musitó algo que en aquel momento Francie no alcanzó a comprender. Lo que dijo fue:
—Has dado en el clavo.”